jueves, 14 de abril de 2011

Depresión y alimentación

Las grasas alimentarias no sólo ejercen una influencia sobre la salud física, sino también sobre la psique. Los datos muestran que las grasas menos sanas, tales como las grasas trans, elevan considerablemente el riesgo de sufrir una depresión. En cambio, a los ácidos grasos insaturados corresponde un efecto neuroprotector.

Lo que tradicionalmente se come en los países mediterráneos es medicina en sentido estricto: hace tiempo que este conocimiento no se discute y goza del consenso científico. Numerosos estudios han ofrecido pruebas concluyentes de que la dieta mediterránea posee numerosas características que fomentan la buena salud. Es por ello que varios organismos oficiales, incluyendo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), la recomiendan como prevención y como terapia conjunta para las enfermedades cardiovasculares. Pero el listado de las indicaciones de la dieta mediterránea no termina allí, e incluye, por ejemplo, la diabetes tipo 2, la obesidad, los problemas gastrointestinales y las enfermedades tumorales. Ahora es preciso añadir una dolencia más a esta lista: la depresión, porque el riesgo de sufrirla está sujeto a una importante influencia de la dieta mediterránea, que no sólo protege al corazón y a los vasos sanguíneos, sino también al ánimo. Un efecto derivado sobre todo del tipo de grasas consumidas.

Según los datos obtenidos en investigaciones epidemiológicas, alrededor de seis millones de alemanes adultos se ven afectados cada año por una depresión. Dentro de la Unión Europea, esta cifra aumenta a veinte millones de personas al año. Aquí se aprecian marcadas diferencias entre los países europeos del norte y del sur: las depresiones son mucho más frecuentes en los primeros que en los segundos. Los que vivimos en la zona del Mediterráneo disfrutamos en general de una mejor salud psíquica que, sobre todo, los habitantes de los países escandinavos. Aunque sin lugar a dudas la exposición a las radiaciones UV constituye un factor que no ha de ignorarse, la diferencia de horas de sol no basta para explicar esta marcada división norte-sur. Las costumbres alimenticias contribuyen a que el estado de salud psíquica sea más reducido en las latitudes nórdicas. Nosotros mismos nos servimos en el plato el riesgo de sufrir una enfermedad psíquica, como acaba de demostrar un extenso estudio realizado por científicos españoles.

El llamado Sun Project proporcionó las primeras pruebas científicas de que la salud psíquica, y en especial la incidencia de depresiones, también dependen de la alimentación. Una relación sobre la que, desde hace tiempo, se viene discutiendo y especulando. Por ejemplo, ya en un estudio publicado en septiembre de 2009 se llegaba a la conclusión de que la dieta mediterránea disminuía el riesgo de sufrir una depresión. Los científicos de las universidades de Navarra y de Las Palmas de Gran Canaria no atribuyeron entonces este efecto a un elemento específico de la dieta, sino que más bien sospecharon que el efecto neuroprotector era la consecuencia de una sinergia de varias sustancias potencialmente favorecedoras de la salud. Sin embargo, tal como expuso el grupo conducido por la Dra. Almudena Sánchez-Villegas, el factor decisivo radica en el tipo de las grasas ingeridas: “Realmente existe una relación directa entre la ingestión de los diversos ácidos grasos y la aparición de las depresiones”, señala la Dra. Sánchez-Villegas.

Los hallazgos del Sun Project demuestran de forma impactante una antigua tesis: el consumo ascendente de grasas trans y ácidos grasos saturados y el descenso en la ingesta de ácidos grasos insaturados no sólo influye negativamente la salud física, la psique también sufre las consecuencias.
El mayor peligro es el derivado de las grasas trans (trans fatty acids o TFA en inglés), que se encuentran sobre todo en los chips, las patatas fritas, la bollería y en los productos industriales precocinados. Según la Dra. Sánchez-Villegas, estas grasas elevan el riesgo de sufrir una depresión con una significancia estadística de 48% (p= 0,003). En la opinión de los científicos de Navarra y Las Palmas, esta preocupante tendencia podría resultar aún más acentuada en otros países, y en especial en los Estados Unidos, donde el porcentaje calórico proveniente de las grasas trans alcanza el 2,5%. En España, del 36,7% de las calorías totales que se derivan de los ácidos grasos, sólo el 0,4 % corresponde a grasas trans.
 
En cambio, los ácidos grasos mono y poliinsaturados actúan de modo positivo sobre la salud psíquica. Su influencia fue también objeto de estudio para el equipo de la Dra. Sánchez-Villegas. En sus palabras, se registró una relación inversa entre la ingesta de ácidos grasos monoinsaturados (p = 0,053) y poliinsaturados (p = 0,031) y la aparición de depresiones. Lo mismo puede afirmarse de los ácidos grasos omega-3 y omega-6. El aceite de oliva también resultó ser neuroprotector (p = 0,030), lo que según la científica española se debe sobre todo a sus características antiinflamatorias y antioxidativas: “Nuestros resultados demuestran que las relaciones entre los diversos tipos de grasa y las depresiones se pueden comparar con las que existen entre las enfermedades cardiovasculares y las grasas de la alimentación”.